jueves, 11 de noviembre de 2010

Holyfield-Foreman: Round 7

Uno de los divertimentos más recurrentes entre los aficionados a la competición, ya sea el ajedrez, la filosofía, el fútbol o el boxeo, es, confesémoslo sin tapujos, el de fantasear qué sucedería de poder medirse a los grandes de una época con los grandes de otra. Por ejemplo, a quién no se le hace la boca agua imaginando un match Capablanca-Botvinnik, o a un Frank Beckembauer marcando a sol y sombra a Leo Messi o a Platón poniéndole los puntos sobre las íes al camaleónico -lo digo por los ojo, no me seáis malpensados- Sartre. Sí, es evidente que necesitamos una máquina del tiempo ya.

Curiosamente en el mundo del boxeo, por aquello de que los grandes boxeadores tienen algo de toreros y nunca saben retirarse a tiempo, hemos podido disfrutar de enfrentamientos tan sugestivos sobre el papel como el Rocky Marciano-Joe Louis, el Larry Holmes-Muhammad Ali, o el Mike Tyson-Larry Holmes. Y digo sobre el papel porque sobre la lona resultarón, como no podía ser de otra manera, duelos muy desiguales que se resolvieron siempre con relativa sencillez en favor de la generación más joven. Así Marciano noqueó sin excesivos apuros al Bombardero negro; Holmes ridiculizó a Ali obligándole, por primera vez en su carrera, a abandonar un combate antes de tiempo, y Tyson nos regalo uno de los KOs más hermosos de los últimos tiempos a cuenta del antiguo sparring de Ali.

Quizá la excepción a esta regla pudieramos encontrarla en el duelo que dirimieron Evander Holyfield, grande de los 90 que batalló en combates épicos con púgiles como Tyson, Bowe o Lewis, y George Foreman, el mítico boxeador de los 70 que destrozó a Frazier en dos ocasiones, que pasó a la historia en Kinshasa coronando de nuevo a Ali y que protagonizó junto a Lyle la pelea de pesos pesados más bestial que yo conozca. Por supuesto la victoria final se la llevó Holyfield, pero Big George, a sus 42 años, calvo y barrigón, lejos ya de aquel Foreman de físico impresionante de sus años mozos, supo presentar batalla hasta el último asalto, no perdiéndole nunca la cara al combate y manteniendo hasta el final sus posibilidades de encontrar una mano que pusiera en la lona a Holyfield. Justamente como sucedería tres años después contra Moorer.

El caso es que el combate no sólo estuvo a la altura de lo que merecían el nombre y el prestigio de ambos contendientes, sino que además nos legó para la posteridad un asalto, el séptimo, que es verdaderamente memorable. Tanto que se llevó el galardón de mejor asalto del año 91. Miren, miren, si no se lo creen:


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