domingo, 26 de agosto de 2012

Música Clásica, 2ª Serie. (XXII) Rimski-Korsakov




Quiso completar su formación autodidacta con clases de composición por correspondencia que le impartió Tchaikovsky, y ello no obstante serle ofrecido dirigir en ese entonces el Conservatorio de San Petersburgo y contar con el reconocimiento de todos sus colegas. Pero parece que a Nikolai Andreievich no le bastaban ni la fama ni la admiración de sus contemporáneos, y sólo aceptó el cargo cuando estimó estar a la altura de tan grande honor, como un hito más en esa aventura sin final que depara la búsqueda de la perfección. Tras adquirir el dominio de la técnica que su arte le demandaba, con especial interés por el contrapunto y la armonía, se evidenció en nuestro compositor un sentido del timbre y de la orquestación deslumbrantes que se han hecho legendarios, siendo muy pocos los músicos en la historia que pueden estar a su altura en estos respectos, y en ello no tuvieron menor relevancia los vastos conocimientos que poseía sobre el folclore de su país, a los que infundió un aliento colorista muy particular con amplias referencias a Oriente, en el ideario característico del Grupo de los Cinco al que Rimski-Korsakov pertenecía, y que, con Balakirev como ideólogo, propugnaba el enaltecimiento de una cultura nacional completamente desmarcada de Europa, en consonancia con el glorioso pasado de la Rusia Imperial entroncado en Asia.

De acuerdo con estos intereses ideológicos, que no siempre seguía fielmente, Rimski-Korsakov se propuso, en el invierno de 1887, en tanto trabajaba en la ópera Príncipe Igor que su amigo Borodin había dejado inconclusa por fallecimiento, componer una pieza orquestal con escenas basadas en los cuentos de Las mil y una noches. No había en el proyecto la intención de una coherencia especular respecto a los textos, sino más bien la jovial desenvoltura que un espíritu curioso pudiera encontrar en su inspiración. Como resultado, la creación de un ambiente sonoro de temas entrelazados y coadyuvantes entre sí que, para Occidente, representa la quintaesencia de Oriente. Terminó la pieza el siete de agosto de 1888, tras un confinamiento en una dacha a orillas del lago Cheryemenyetskoye que compartió con su familia. La tituló Scheherazade, en honor a la concubina que acabó siendo reina por su habilidad para encadenar cuentos maravillosos de pronóstico reservado; de todos conocida.

Las mil y una noches es una colección de cuentos de orígenes diversos cuyas raíces se hunden en culturas muy anteriores al mundo musulmán, probablemente radicadas en Persia y la India. Se localizan hasta tres oleadas históricas distintas de cuentos que integran su corpus final. La más antigua proviene de la cultura aria e indoeuropa; la segunda pertenece ya, propiamente, al mundo islámico; y la tercera radica en Egipto, en los tiempos de la ocupación mameluca, sobre los siglos XIV y XV. La forma definitiva de la colección, tal como la conocemos en Europa, tendría también su origen en Egipto, siendo por efecto de actualización compiladora su estilo uniforme, y con ello diferenciándose los distintos estratos por el carácter de sus contenidos. No fue hasta el siglo XVIII que Occidente conoció los textos y hubo de esperar hasta el XIX para disponer de la primera traducción solvente directa del árabe, por el francés Mardrús, en la que luego se basó Blasco Ibáñez para su traducción española en veintiocho volúmenes. De las directas del árabe, la versión de Cansinos Assens es la primera al español, e insuperable, como muy bien nos recuerda Borges.

Esta noche escucharemos dos piezas del insigne ruso. Empezaremos con Scheherazade, suite sinfónica, op. 35. Consta de cuatro movimientos. En un primer momento, el compositor los intituló Preludio, Balada, Adagio y Final, para evitar una lectura narrativa de la composición, pero finalmente quedaron fijados como 1. El mar y el barco de Simbad, 2. El cuento del príncipe Kalender, 3. El joven príncipe y la princesa, y 4. Fiesta en Bagdad; naufragio de un barco sobre las rocas. Muriendo la pieza con una repetición del tema de Scheherazade en el registro más agudo del violín. La versión que pasamos enseguida a escuchar pertenece a una grabación en directo de la Orquesta Filarmónica de Viena, bajo la batuta del gran director ruso Valeri Gérgiev; a la altura de la de Fritz Reiner con la Orquesta Sinfónica de Chicago, que es de referencia.

Para terminar, un arreglo para piano de Cziffra -le dedicamos una entrada el año pasado a propósito de Liszt-, ejecutado por nuestra admirada Yuja Wang, del Vuelo del moscardón, interludio de la ópera El cuento del Zar Saltán. Por cierto, si el género operístico es de vuestro agrado, no dejéis de escuchar La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh; es probablemente su obra más conseguida (aquí el enlace a una buena versión completa: 

http://www.youtube.com/watch?v=48RCln26Rtk&feature=related )

Buenas noches, una y mil.




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